Hasta 1959, La Habana era la capital caribeña del entretenimiento: en los hoteles y cabarets (incluida la legendaria Tropicana) funcionaban casinos centrados en el turismo extranjero y la vida nocturna.
La escena del juego era vecina del jazz, el sueño del cubano, el mambo y la salsa, formando la imagen de la «brillante» capital del Caribe.
Después de la revolución, el estado tomó el rumbo de la prohibición total de casinos y salas de juego privadas, y la industria cambió a espectáculos musicales, danza, teatro y festivales - el código cultural mantuvo la espectacularidad, pero sin juegos de azar.
El eco de la época prerrevolucionaria en la mitología de la ciudad quedaron los espectáculos de cabaret, los autos clásicos, la figura de Hemingway y las imágenes nostálgicas de La Habana de antes de la guerra.
En la memoria popular hay tramas sobre prácticas clandestinas (como la bolita), pero el paisaje cultural moderno del país se construye enteramente en torno a la música, los carnavales y la gastronomía.
Así terminó el histórico capítulo del «juego» de Cuba, dando paso a un turismo sin casinos y con una fuerte tradición escénica.