Tras la revolución, Cuba apoya la prohibición total de los casinos terrestres, por lo que los complejos hoteleros de La Habana, Varadero y otros balnearios no brindan servicios de juego.
Las salas de juego, las apuestas y los clubes privados se consideran actividades ilegales que conllevan responsabilidad penal y confiscación de equipo.
La infraestructura turística está enfocada a recreación de playa, música, gastronomía y espectáculos culturales, sin integrar casinos en ecosistemas hoteleros.
El único formato al que se enfrentan a veces los viajeros es un casino a bordo de cruceros en aguas internacionales no sujetas a la jurisdicción cubana.
Los intentos de trabajo clandestino van acompañados de riesgos legales para los organizadores e intermediarios, así como un estricto control de los flujos financieros.
Como resultado, Cuba carece de un mercado terrestre con licencia, y las perspectivas de que surja a corto plazo no se ven.